A nivel global, en lo que va del siglo XXI, se han exacerbado las expresiones de violencia y su estudio desde diferentes disciplinas y enfoques teórico-metodológicos. Múltiples violencias, a niveles inusitados, atraviesan las relaciones sociales con efectos diversos en personas y grupos tanto a nivel simbólico como material.
Dado que la mayor parte de la población a nivel mundial vive en las ciudades, no es extraño que éstas sean escenarios donde la violencia se exprese bajo diversas y novedosas formas. En este caso, no pensamos a las ciudades como contenedores de los hechos o acciones violentas, sino que pretendemos centrarnos en las violencias de origen urbano, específicamente aquellas que se expresan o tienen repercusión en las formas de hacer ciudad, ya sea como políticas públicas, acciones de la iniciativa privada o como resultado de una intersección entre ambos sectores.
Uno de los ejes que guía los trabajos del simposio, es la articulación entre violencias urbanas y desigualdades, ya sea para visibilizar sus formas de expresión, sus efectos en grupos determinados o las respuestas creativas a esas violencias. En este sentido, incorporamos términos acuñados desde los movimientos sociales urbanos que son de enorme vigencia actual, como son los de acoso inmobiliario, y violencia inmobiliaria y urbanística. Acuñados por los movimientos por la vivienda en el Estado español en la primera década del siglo XXI, se refieren “a la expropiación y privatización de los espacios, donde la revalorización de las zonas (causa de intereses particulares de determinados sectores del ámbito de la construcción) provoca la expulsión de las personas, habitantes y usuarios de los lugares en las que tal transformación se produce, y la destrucción de los propios espacios, huertas, terrenos de pastoreo, veredas, ríos, bosques, zonas verdes, plazas y demás entornos naturales, limitando cada vez más las áreas donde habitantes y moradores del ámbito rural y urbano desarrollan su vida cotidiana” (Hart@s; 2007: 7). Esto se relaciona con procesos concretos hacia las poblaciones expulsadas, como el llamado “Síndrome de afectación”, que es “un proceso de desarticulación comunitaria, fragmentación del vínculo social y de descomposición de clase producido para facilitar y legitimar el desplazamiento forzado de las familias de clase trabajadora de los espacios urbanos de centralidad e impedir cualquier atisbo de resistencia al modo de acumulación y a la apropiación capitalista de la ciudad” (Dalmau: 2010: 1).
El COMASE, para su edición 2024, hace énfasis en las violencias exacerbadas tras la pandemia. Esto también aplica para los temas propuestos, ya que en ese período el gobierno local consideró la actividad inmobiliaria como parte de aquellas “esenciales” para la reactivación económica, destrabando procesos de grandes proyectos constructivos e incluso incentivándolos. El avance de la especulación en ese sentido sigue aumentando hoy en día, con la “presión de desplazamiento” (Marcuse, 1985) como fenómeno en curso. Consideramos necesario reflexionar sobre el quehacer antropológico que indaga todas estas formas de violencia urbana en un momento donde se corre el riesgo de que se normalicen tales prácticas del capital inmobiliario cual destino fatal de las ciudades neoliberales.