Numerosas corrientes de pensamiento que se expresaron en los ámbitos académico, político, económico, ecológico, social, tecnológico o artístico a finales del siglo XX y en la alborada del siglo XXI, pusieron de manifiesto la importancia y complejidad de las realidades multiculturales en todos los países del planeta, y la búsqueda de nuevos modelos interculturales, ya sea que fueran propuestos como parte esencial de las políticas de Estado o que se manifestaran como anhelos y demandas de numerosos y diversos conjuntos sociales. Si a lo largo de toda la centuria pasada fue evidente la ampliación del concepto de cultura –acogiendo las nuevas formulaciones antropológicas inauguradas por la obra ya clásica de Edward Tylor–, a finales del periodo la cultura apareció dotada de nuevas responsabilidades y funciones, desde su asociación al desarrollo económico y tecnológico, hasta su identificación como factor clave de los procesos democráticos, desde su apelación como instrumento esencial de crítica a las herencias coloniales y neo-coloniales hasta su adscripción en la defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales, en fin, como elemento constituyente de las solidaridades sociales o como garante de la paz. En numerosos países de América y el mundo, la llamada “emergencia de los pueblos indígenas”, la aceleración de los procesos migratorios y la globalización produjeron un notable impacto en las sociedades nacionales y en los escenarios internacionales, y ubicaron en un lugar relevante a las investigaciones, los debates y las políticas sobre la diversidad cultural, la pluriculturalidad y la interculturalidad. No casualmente, comenzó una nueva etapa en la que se consideró ineludible apelar al “Diálogo entre las civilizaciones” (el 2001 fue declarado “Año de las Naciones Unidas del diálogo entre civilizaciones”), ratificar la importancia del “Pacto Internacional de los derechos sociales, económicos y culturales”, impulsar la “Conferencia Mundial contra el racismo y la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia”, aprobar la “Declaración Universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural”, así como, crear un “Foro Permanente para las cuestiones indígenas” en el seno de la ONU o consagrar los llamados “derechos de tercera generación.”En países como México, el reconocimiento constitucional del carácter pluricultural de la Nación resultó indicativo de la importancia que cobraban las manifestaciones sociales y políticas, y la reflexión y el debate sobre la diversidad étnica, lingüística y cultural. Este simposio se propone generar un espacio de dialogo para reflexionar estos aspectos, pero además sobre lo que significa coexistir en la diversidad como uno de los desafíos fundamentales para la democracia, un reto para las políticas públicas y para las reformas institucionales, para las organizaciones no gubernamentales, los partidos políticos y los movimientos etno-políticos, las estructuras educativas en todos sus niveles, las iglesias y los medios de comunicación, y, sobre todo, para los comportamientos sociales de todos y cada uno de los mexicanos, en nuestra nación o en el exterior.