Esta ponencia se centra en los dioses que bailan en sus casas del monte, y que bajo una apariencia cristiana se presentan en el mundo solar para predecir el temporal, curar enfermedades y habitar efímeramente al lado de sus hijos e hijas. Los dioses bajan desde el cielo y, al llegar al mundo, cantan y bailan porque, de hecho, no tienen otra forma de ser y estar, dado que provienen de un estado definido por “el gusto/la armonía”. En este sentido es que reflexionaré sobre lo que implica el baile como una forma compleja de comunicación y tecnología corporal más allá de la coreografía, haciendo del movimiento y el ritmo los medios privilegiados para establecer vínculos, alianzas y lazos duraderos entre el cielo y la tierra, en beneficio sobre todo de esta última y de quienes en ella existen. El baile divino deviene dones para los existentes humanos y no humanos