La expansión de las ciudades desemiotiza diferentes espacios de memoria. Pérdida de sentido en ocasiones irrecuperable. Un movimiento contrario a esa desterritorialización, es el esfuerzo de resignificar, recuperar, incorporar estas memorias en nuevos horizontes y paisajes; de reterritorializar. Una posibilidad para estos complejos modos de vida urbanos es la revalorización de sitios y dinámicas hídricas particularmente abandonadas, sin identificación ni memoria. O severamente desemiotizados. Macro-espacios como antiguas lagunas, ríos, obras hidráulicas, vueltos sitios ajenos, sin “valor cultural” propio. Como las escorrentías vivas convertidas en drenajes a cielo abierto (del Río San Rafael al Río de la Compañía, por ej.). O micro-espacios, no menos importantes: pequeños arroyos, manantiales, pozos de arquitectura local, cajas de agua, constantemente en riesgo, entre distintos intereses que actualizan constantemente conflictos en sus fronteras. Al mismo tiempo, su presencia y su valor no ha desparecido completamente. Conservan rasgos, huellas, posibilidades, que permanecen cuando menos, como dice Ruiz Moreno (1999), “en su rareza”. Como las lagunas Tlahuac-Xico, al oriente del Estado de México. Retomar la Cuenca, a diferentes escalas, a través de sitios hídricos despojados de valor cultural, y de los conflictos que renacen por las afectaciones (realizadas o previstas) de redes tecnológicas y apropiaciones de recursos (Bogantes, J.; Muiser, J., 2011), son en nuestra perspectiva, detonadores abductivos (Aliseda,1997,1998) y éticos. El encuentro con tales sitios para investirlos de nuevo valor cultura constituyen una posibilidad para que lo ajeno, lo desemantizado, se transforme en “objeto complejo”. Y su comprensión en proceso de dialogo.