El Antropoceno o, más puntualmente, el Capitaloceno (Moore, 2020), ha sido definido como una era de aniquilación, de desastre y crisis planetaria que ha provocado múltiples fines del mundo (Krenak, 2021), especialmente para los cuerpos no-blancos y no-humanos. Esta era también se caracteriza por la configuración de un esquema afectivo u ordenamiento amoroso, parafraseando a Max Scheler, que valoriza afectivamente a dichos cuerpos como inferiores, sustituibles, indeseables, descartables, ignorables y/o matables; un ordenamiento ontogénico (León, 2012) social e históricamente configurado, que regula, prefigura y performa nuestra relacionalidad con el mundo, permitiendo desplegar necropolíticas impunemente.
En el contexto de las ciudades de México, un ejemplo de este tipo de violencias está en la implementación de estrategias para exterminar a los animales liminales (Donaldson y Kymlicka, 2018) (palomas, ratones, ratas, cotorras argentinas), cuya existencia ambivalente (ni “doméstica” ni “salvaje”) suele ser leída y justificada como una amenaza (a la salud pública o al ecosistema, por ejemplo) que requiere solución. A partir de la revisión de algunas de estas estrategias de aniquilamiento, lo que esta ponencia se propone es argumentar que este tipo de injusticias multiespecie se estructuran con una lógica afectiva moderna-capitalista-colonial propia del Antropoceno, y que una lucha colectiva por la justicia y resistencia multiespecie (Haraway, 2020) requiere, asimismo, un re-ordenamiento de los esquemas afectivos y sensibles que nos permita reconocer nuestra constitutiva relacionalidad múltiple y configurar prácticas y acciones alternativas de comunión y convivencia más-que-humana, en la apuesta por presentes-posibles y futuros-otros.