El fin de las teorías del miasma, populares en Europa del siglo xviii, que identificaban a los malos humores como causantes de las enfermedades en las ciudades modernas. Está marcado por el surgimiento de la salud pública, discurso de estado que se amparó en los descubrimientos científicos que identificaron a los gérmenes como los verdaderos causantes de las enfermedades. Junto con la identificación de dichos organismos, se hizo la correlación de su origen con la “mala higiene”. Este proceso no solo redefinió la concepción sobre el origen de los malestares corporales, sino que también trastocó los tratos y formas de concebir las relaciones socializadas con los animales que hasta entonces hacían vida y trabajaban en el entorno de las ciudades decimonónicas. De las distintas especies animales que tenían relación directa con las sociedades humanas del siglo xix, los perros formaban parte de dicho entramado de convivencia animal-humano. No solo aquellos con dueño y trabajo estable sino también los que eran calificados como vagamundos o simplemente vagos. Además de ser identificados como improductivos y sin calidad jurídica (sin dueño), el perro vago fue de forma injustificada, calificado o identificado como transmisor del recién descubierto virus de la rabia en las ciudades. Este señalamiento les costó a los perros que vagaban por las calles buscando alimento y refugio, la persecución constante y el peso mortal de la violencia social organizada. El perro callejero es probable fruto de este proceso de adjudicación de culpas por parte de la salud pública moderna, su creación es el conjunto de discursividades que unieron una serie de avances técnicos, políticos y médicos. El objeto de esta discusión es dar un vistazo histórico que permita problematizar las transformaciones en la manera de ver, tratar y socializar al perro llamado callejero, en las sociedades contemporáneas.