En el 2000, la investigadora autista Kassiane Asasumasu propuso el término “neurodivergencia” para aludir a cualquier divergencia significativa respecto del modelo hegemónico del funcionamiento neurocognitivo normado, “normal” y dominante; divergencias en la estructura neuronal, en cómo se capta-procesa-interpreta información, cómo se percibe, cómo se reacciona a los estímulos y al ambiente y cómo se siente; las cuales pueden ser innatas, congénitas, adquiridas, crónicas, temporales, etcétera. Por ejemplo: autismo, Trastorno de Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH), dislexia, discalculia, ansiedad generalizada, entre otros más. Contrario al paradigma médico y patologizante que califica a tales divergencias como trastornos, enfermedades o déficits, el paradigma de la neurodiversidad reconoce que la diversidad humana se expresa en distintos modos de cuerpos-mentes y que es la ideología de la normalidad la que fabrica cuerpos “anormales”, “con déficit”, “incapaces”. Es decir, que la diversidad neurológica (encarnada, afectiva, cognitiva y perceptual) está sujeta a las mismas dinámicas sociales y políticas que otras formas de diferencia (cf. Walker 2021).
El Movimiento de la Neurodiversidad nace entonces como una lucha de justicia social que busca el reconocimiento de los derechos de las personas neurodivergentes (ND) y que se opone a la opresión capacitista en intersección con otras luchas más; en tanto las personas ND pueden estar atravesadas por otras violencias (cisheterosexismo, racismo, clasismo, entre otras). En México, aunque este movimiento ha tenido un incremento considerable en los últimos años, el paradigma de la neurodiversidad no ha sido integrado transversalmente en espacios de prioridad como lo son, por mencionar, el sistema educativo básico o en la formación universitaria. Sobre esta última, en las comunidades ND presentes en redes sociodigitales es frecuente escuchar testimonios de jóvenes estudiantes, especialmente mujeres, quienes han experimentado violencia epistémica y capacitismo en el ámbito académico debido a no cumplir con los estándares de excelencia, de inteligencia y atención “normales” o “adecuados” o de capacidades esperadas, sumado a sus experiencias de violencia por razones de género, orientación sexual y demás.
El objetivo de esta ponencia es, desde el conocimiento situado, adelantar algunas reflexiones en torno a la imbricación del capacitismo y la violencia epistémica en el ámbito académico universitario mexicano, centrado en las experiencias de personas ND, particularmente mujeres. Con esto, se pretende argumentar la urgencia por llevar a cabo más investigaciones antropológicas preocupadas por analizar la neurodiversidad como una forma de diferencia atravesada por relaciones de poder asimétricas, privilegios y posibles resistencias. Si bien, en tanto es una dimensión escasamente explorada por la antropología y cualquier adelanto de investigación respetuosa es un avance, considero que los acercamientos a la neurodivergencia por parte de académicas ND adquieren una potencia significativa que deviene en contrapeso del capacitismo que, junto con otras opresiones, se hace presente en nuestra disciplina, formación académica, labor docente e, inclusive, en nuestros trabajos de campo. Este tipo de investigaciones contribuiría a reconocer esta otra forma de violencia para idear, colectivamente, otros modos de hacer, enseñar y resistir, desde una labor académica abiertamente contrapacitista.