Al hablar de los procesos investigativos se centra en los ejes rectores de los temas de estudio, sin embargo, en el quehacer se suele dejar atrás aspectos que dan lugar a las interrelaciones que se construyen en lo individual y lo colectivo. Ésta es la manera en que hemos aprendido a hacerlo y se da principalmente en los espacios donde se da el intercambio de conocimientos y la creación aprendizajes. Aunado a ello, son las violencias las que nos atraviesan, a veces de una manera directa y otras muy sutil, de tal modo que son mínimos los escenarios donde no se vulnere o trastoque la otredad. Es una reproducción de modelos aprendidos desde espacios primarios y han sido trasladados en la mayoría de las esferas donde nos desenvolvemos, olvidándonos del hecho que interactuamos con un otro, que es un otro como yo (ser sentí-pensante), el hecho de ser persona. A partir de lo anterior, se plantea reconfigurar el quehacer y la posición de la investigación utilizando el principio de no hacer daño y dar correspondencia a la ética del cuidado. En tanto vemos el campo de acción, pero también en la relación de los espacios educativos de investigación. Los (auto)cuidados al integrarse como práctica se transforman en acciones que van desde lo individual a lo colectivo; tejen redes y dan soporte durante la travesía de la creación del conocimiento. Se reconocen a los (auto)cuidados en primer momento desde la posición individual de donde partimos y de la misma manera trasponerlo en lo colectivo, desde donde se revalorice el cuidar como un acto público y político.