En esta ocasión evocaré momentos sobresalientes de una experiencia de trabajo cooperativo para la instalación de una exposición sobre las máscaras, el vestuario y demás elementos que se utilizan en la danza de los diablos de Comachuén, una comunidad de la Sierra purépecha. La idea de llevar a cabo esta exposición provino de la comunidad misma y fue tomando forma con la participación activa de sus habitantes, quienes decidieron qué elementos exhibir y de qué manera. Proporcionaron además los materiales de la exposición. La parte invisible fue un proceso de diálogos y negociaciones, acuerdos y desacuerdos entre diferentes modos de ver, sentir, hablar y pensar, narrar y escribir (el personal del Centro Cultural Universitario donde se llevó a cabo la exposición, una persona comisionada por la comunidad y una investigadora del Colmich). Un proceso en el que se revelaron a la vez los límites de la práctica etnográfica de tipo convencional, pero también las trampas del llamado trabajo de investigación colaborativo o la etnografía colaborativa, cuyos procedimientos rara ves son explicitados, quedándose más bien a nivel de discurso y de una especie de petición de principios. En todo caso la etnografía colaborativa no está desprovista de tensiones, no es tan romántica como suele suponerse. El tipo de actividad que se llevó a cabo consistió en trabajar con la comunidad y más precisamente con una de las personas comisionadas por los habitantes de Comachuén para llevar a cabo la exposición. Sin proponérselo los participantes dieron los primeros pasos hacia la construcción de una etnografía de la “correspondencia” (“correspondencia” en el sentido de Tim Ingold). Lo interesante es que este trabajo con los danzantes, con los maestros mascareros, con los hacedores del vestuario, permitió detectar aspectos de las máscaras, del vestuario y de la danza que permanecían imperceptibles desde una etnografía convencional. Contar cada una de las líneas de flecos, el número exacto de picos, incluso de hilos, es de gran importancia para describir el traje de los diablos, según dijeron los danzantes, pues se tiene así una idea del peso del traje, de sus aspectos sensibles, sensoriales y por tanto de sus efectos en el movimiento de los cuerpos. Sin tener en cuenta todo esto no se puede entender la experiencia de los danzantes y de las personas que los perciben.