Los trabajos de cuidados familiares, constituyen uno de los trabajos que las mujeres realizan cotidianamente. A pesar de no ser remunerados su aporte para la sostenibilidad de la vida y la economía son muy importantes, por lo que es una dimensión fundamental del mundo del trabajo (OIT, 2013). Fisher y Tronto (2005) definen a los trabajos de cuidados como una serie de actividades que “incluye todo aquello que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro «mundo» de tal forma que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestros seres y nuestro entorno, todo lo cual entretejemos en una red compleja que sustenta la vida”. Los trabajos de cuidado son familiarizados y feminizados, porque al no existir políticas de cuidado, las familias, con los recursos que tienen, se hacen cargo de ellos, sin embargo, quienes realmente terminan realizándolos son las mujeres, muchas veces casi de forma exclusiva.
Batthyány (2004) considera que los cuidados engloban al menos tres dimensiones: 1) el cuidado material, los “trabajos” en sí mismos, lo cual implica poner el cuerpo para realizar todas las actividades necesarias, algunas difíciles de realizar, pesadas e incluso desagradables, las cuales se superponen en los tiempos y espacios. Estos trabajos pueden ser de dos tipos: directas e indirectas (trabajo doméstico). 2) económica, que implica los “costos económicos” para cubrir los cuidados y los que se dejan de percibir por tener que cuidar. Y 3) la dimensión emocional, que implica un “vínculo afectivo, emotivo, sentimental”, Las relaciones afectivas que se establecen son la parte más delicada de estos trabajos y lo que los diferencias de otros, pues al establecerse vínculos es difícil desprenderse de ellos, es lo que permite sentir satisfacción al hacerlo y al mismo tiempo culpa al no poder cumplir con todos los mandatos sociales que implican.
A través de esta ponencia, interesa discutir cómo estos trabajos de cuidado, implican la explotación del cuerpo y emociones de las mujeres, pues ellas son las que se hacen cargo de ellos de manera exhaustiva, cayendo en situaciones de violencia tanto por parte de otros integrantes de las familias, como de la misma persona que es cuidada, sobre todo cuando se requiere cuidados intensivos por enfermedad o discapacidad.
A través de metodología cualitativa, se realizaron diez entrevistas a profundidad con mujeres cuidadoras de hijos e hijas con discapacidad. Se encontró que ellas viven sobrecargadas por las actividades físicas y emocionales que deben realizar, además de que han sido culpabilizadas por la condición de discapacidad de sus hijos/as (lo cual constituye violencia contra ellas), así mismo, han sido violentadas emocionalmente cuando se les critica por no cumplir con todas las actividades que debe realizar como madres-esposas (mantener la casa limpia y ordenada, tener la comida lista, cuidar 24/7, etc.). Ponemos en el centro de la discusión cómo la explotación del trabajo de cuidados de estas mujeres y las exigencias cotidianas a cumplir “con todo” se traduce en violencia emocional y familiar contra ellas, violencia que toleran por “amor”.