La convivencia que la comunidad tiene con el monte está arraigada en la vida cotidiana, en lugares como la comunidad de Santiago Ecatlan en el Totonacapan Poblano. El monte tiene un carácter ambiguo, con incidencia tanto social como ambiental, donde el ser humano se sumerge en un lugar habitado por otros seres (animales, plantas, árboles, entidades territoriales). Se encuentra en los límites de la comunidad, entre barrancas y pequeñas áreas donde se dificulta la movilidad humana.
El monte se entiende como un sistema interrelacionado, ya que en su interior está constituido por elementos ecológicos culturalmente apropiados. Son simbolizaciones que se entretejen de forma que crean una atmósfera, es decir, los elementos naturales y sociales se integran manteniendo una relación entre sí. Se trata de una mixtura de interrelaciones que lo convierten en un todo. Como consecuencia, tiene una esencia que posibilita lo ambiguo, resaltando en un ambiente donde el ser humano no tiene control total, necesitando mediar su acceso y tomar precauciones que lo resguarden de los peligros físicos y espirituales.
El objetivo de esta ponencia es ofrecer un análisis de las interrelaciones que el ser humano establece con el monte y en lo que en él habita, intentando evidenciar la interconexión que existe entre la población y su entorno. Para ello, me apoyo de conceptos que resaltan el carácter ambiguo de los bosques, los valores espirituales, las correlaciones e interrelaciones entre especies, la cosmovisión sobre la naturaleza y el corpus de conocimientos etnoecológicos relacionados con la producción agrícola. Con la intención de cuestionar la visión antropocentrista del mundo, que el monte y sus características se vuelva un pretexto para profundizar en las múltiples historias que puedan incidir en otras formas de concebir a la naturaleza en sus encuentros con el imperialismo ecológico y sus discursos y prácticas propuestos desde occidente.