Con el ascenso de la Inteligencia Artificial en dos de sus vertientes: A. Algorítmica y de reservorios digitales de información y B. Computacional en la toma de decisiones y pos-comunicativa, no solamente se están gestando transformaciones en la ontología y la corporalidad humana general, sino también en la antropología del fenómeno educativo institucionalizado.
En ese sentido, tres son los fenómenos en este campo que se vislumbran en el horizonte de lo nuevo-no humano: A. El sentido de habitar la escuela, caracterizado no sólo por los acentos y rituales estandarizados del cumplimiento de un currículum, sino también por su disolución imaginada como hospitalidad, arte y cuidado y ahora orientada a máquina instruccional de almas,
B. La significación relacional-estética de los estudiantes, la cual anidaba en el ayer la posibilidad de la ebullición de alegrías y tristezas a través de los tocamientos somáticos y sentimentales manifestados con las miradas presenciales, las cuales, a partir de la pandemia, fueron apartándose para ser sustituidas por la instantaneidad de los mensajes, los sonidos sin semántica y la ausencia de las palabras, y
C. La existencialidad docente, quien, al colocársele la impronta de las pantallas virtuales y los chats de resolución de tareas, no sólo ceden sus capacidades al reino de lo no vivo, sino también va dejando de ser cosa material y afectiva, retocándose ahora como una forma particular de ser fantasma en la sociedad hipertecnologizada.
En esta circunstancia, se propone una antropología del testimonio, la cual recupere las narrativas de las comunidades educativas que no han participado sobre la IA universal y educativa y emerger las preocupaciones sobre el control o el fin de lo humano. Y, además una ética educativa comunitaria que acerque a la escuela, a los estudiantes y docentes a una vida digna de ser vivida.