El objetivo de esta ponencia es abonar a la discusión sobre la categoría de habitar en contextos de tránsito de población migrante centroamericana en su paso por el centro del país, de manera específica en Apizaco, Tlaxcala. En 2010 como una iniciativa de la comunidad católica en Tlaxcala, inicia la construcción del Albergue La Sagrada Familia en la colonia Ferrocarrilera, detrás de la capilla Cristo Rey y a pocos metros de la terminal ferroviaria de la empresa Ferrosur. Esta ciudad se ha ido configurando como un lugar hostil para la población migrante que acude a dicho albergue, de manera específica a través de implementación de dispositivos arquitectónicos en el paisaje de la colonia ferrocarrilera, cuyos objetivos son desalentar el arribo de la población migrante, obstaculizar la ayuda humanitaria y expresar de manera abierta el rechazo a esta población. Desde el 2012 se observa la instalación de tres dispositivos: 1. Postes de concreto instalados en el 2012 por la empresa Ferrosur después de la fundación del albergue. 2. Malla metálica instalada en junio de 2019, 3. El muro colocado en sustitución de la valla metálica en septiembre de 2022. La hostilidad hacia la población migrante es incluso promovida por el Estado Mexicano, en este caso a nivel municipal. Los dispositivos arquitectónicos anteriormente señalados representan lo que Mbembe (2016) denomina lógica de cercado: las formas en que un Estado se ha convertido en una fortaleza, lleno de muros, fronteras y legislaciones anti-extranjeros, que limitan la movilidad de ciertos sujetos según perfiles biosociales. Existe, por tanto, una gestión de la movilidad que distribuye de manera desigual espacios, tiempos, ritmo, pero que, al mismo tiempo, establece cercados que atentan directamente con el mantenimiento de la vida humana, al impedir la atención humanitaria. El habitar es entendido como aquellas prácticas humanas que permiten a los sujetos colocarse en un orden espacio-temporal, y al tiempo, permiten su presencia -estable, efímera e incluso móvil- al establecer relaciones con otros sujetos. Esto genera el establecimiento de significados y memorias compartidas que rebasan la noción de habitar como sinónimo de vivienda o residencia. El habitar el espacio resulta central si retomamos las cualidades del tránsito migratorio, las fronteras físicas y simbólicas que responden a la criminalización y estigmatización de esta población. La población migrante de origen centroamericano en condiciones de irregularidad enfrenta continuamente una violencia estructural y experimenta la precariedad en sus propios cuerpos. Los dispositivos arquitectónicos generan que esa experiencia de habitar sea cada vez más hostil al impedir la asistencia y apoyo humanitarios, pone en riesgo la defensa y a los defensores de los derechos humanos, genera la existencia de espacios clandestinos y aún más grave, niega la propia existencia de la población migrante en condiciones de irregularidad.