En contextos de guerra e ilegalidad, el futuro –como temporalidad y proyecto– es escenario de confrontaciones y disputas, pues de su proyección depende legitimar la precariedad presente o movilizar cambios sociales capaces de abrir espacios para otras futuridades. Para evidenciar la forma en que la violencia política crea distintas profundidades temporales, esta propuesta parte de una etnografía realizada en la Sierra de la Macarena-Colombia, uno de los epicentros del conflicto social y armado y actualmente zona de disputa entre el gobierno nacional y las facciones disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

En esta región, las formas en que las comunidades experimentan el futuro se encuentran ligadas al sostenimiento de las economías ilegales, particularmente al cultivo de la planta de coca y su procesamiento en pasta de cocaína; pues de su criminalización e ilegalidad surgen distintos regímenes de autoridad así como diversas orientaciones temporales, ya sean estas en términos de anticipación, expectativa o miedo. En este sentido, la planta de coca es un agente político cuyos ciclos de cosecha son capaces de perturbar y alterar las experiencias temporales de las comunidades. Esto se refleja, por ejemplo, en su alto rendimiento económico: contrario a los cultivos de pancoger que pueden tardar hasta 2 años en cosechar, la planta de coca sólo necesita ocho meses para crecer y tan solo 42 días para ser recolectada. Su velocidad de crecimiento acelera, en consecuencia, la percepción del tiempo y crea distintos ritmos de producción, divisiones sociales del trabajo, e imaginarios sobre el poder.

Finalmente, al considerar formas comunes de opresión y criminalización entre agentes humanos y no-humanos, es posible comprender otro tipo de agencias involucradas en la imaginación del porvenir así como las formas de legitimar elecciones económicas en escenarios de gobernanza híbrida, violencia e incertidumbre.