En este trabajo se abordan relaciones interespecie desde una perspectiva geográfica, cuestionando la dicotomía entre lo humano y lo no humano como una construcción ideológica basada en el especismo. Este estudio se realiza desde dos enfoques: uno tradicionalmente antropocéntrico, donde los seres humanos controlan el espacio y perpetúan la desigualdad de poder, y otro enfoque que considera a los sujetos no humanos como cohabitantes del espacio con sus propias percepciones y experiencias. Además, se introduce el concepto de “antilugar”, que se diferencia de conceptos relacionados como el no lugar, topofobia y los espacios de excepción en que implica violencia, encierro y criminalidad hacia los animales no humanos. Estos conceptos se definen y comparan en términos de sus significados y aplicaciones.
Además, se menciona la importancia de utilizar las geografías del terror y sus elementos, como los paisajes de miedo, la restricción de la movilidad, la desterritorialización y la resistencia, para fortalecer la noción de antilugar como un espacio donde convergen estos elementos. Se propone un enfoque de observación descentralizada cercano al posthumanismo para analizar el comportamiento de los individuos y identificar resistencias y representaciones en ellos.
Se utiliza el Mercado de Sonora como un ejemplo de caso, pues allí los animales no humanos generan un paisaje de rechazo y miedo, además de sufrir continuamente. Se sugiere que antilugares como este se reproducen en varios contextos de encierro y explotación animal, lo que destaca la necesidad de desarrollar nuevos conceptos o adaptar los existentes para centrar la observación más allá de la especie humana. Finalmente, se discute cómo el posthumanismo permite concebir el espacio de manera cohabitada entre diversas especies, particularmente en el ámbito doméstico con los ‘animales compañeros’ o de ‘tutela’, contrastando esta perspectiva con la noción de antilugar.