La noción de “resistencia-rebelde” que se utiliza en esta ponencia para describir la lucha zapatista, responde a que más que un posicionamiento pasivo frente a la guerra, los y las zapatistas han resistido activamente a la colonización, el sistema neoliberal y las políticas de contrainsurgencia implementadas por el Estado mexicano por casi 30 años, desarrollando una serie de estrategias políticas, sociales, educativas y culturales, que fortalecen las subjetividades resilientes y rebeldes de los militantes. La resistencia-rebelde es un delicado e intrincado tejido de relaciones que va de lo individual a lo colectivo, del espacio público al privado, ambos procesos tienen su anclaje en la valoración positiva de la identidad personal y colectiva, así como en los procesos de subjetivación que experimentan niños, mujeres y hombres en la construcción territorial de su autonomía. La comprensión del contexto global y la formación política ha permitido a los zapatistas realizar un proceso de elaboración y otorgar sentido a la experiencia traumática generada por la violencia, pero también a nivel colectivo les ha permitido movilizar nuevas formas de afrontamiento y reconocer sus recursos sociales, humanos, políticos y culturales para administrar sus territorios liberados.La violencia y colonización del pueblo, desde la racionalidad indígena zapatista, tal como ocurre en otros movimientos indígenas latinoamericanos, se construyen como procesos históricos reversibles gracias a la denuncia, la renuncia al olvido y la posibilidad de reescribir la historia, situándose e interpelando al Estado no como víctimas sino como sujetos políticos e históricos. La violencia, en este sentido es derrotada por la rememoración y el habitar de su territorio, la posibilidad de reunirse, de organizarse para hacer acciones frente a una guerra de exterminio representa en sí una forma de resistirse a la muerte, de saberse vivos, kux lejaltik y ser sujetos políticos que asumen responsabilidades y transforman su realidad.