Santa María de Huazolotitlán es un municipio adscrito al distrito de Jamiltepec (Oaxaca). En él cohabitan personas autorreconocidas o percibidas como ñuu savi o mixtecas; negras, morenas o afromexicanas; y mestizas, blancas o de razón. Estas palabras son de uso local y no implican necesariamente segregación o discriminación, la gente las emplea cotidianamente para diferenciarse racial y socio-espacialmente, y como vehículos para construir memoria ancestral e identidad. Sin embargo, las personas también conviven con Tay savi —el señor de la lluvia—, cerros, piedras, vírgenes, santos, diablos, nahuales, animales domésticos y del monte, constituyendo así, paisajes múltiples y divergentes (Bold, 2020). Dichos cosmopaisajes se recrean en las danzas.
En esta ponencia propongo analizar dos danzas, la danza de los tejorones y la danza de los diablos, como formas de relacionalidad afromixteca o negra-ñuu savi, las cuales producen alteridad y crean familiaridad entre seres humanos y seres más que humanos (Adam, 1996). La primera, se baila en la cabecera municipal en el tiempo del carnaval, o sea, antes del inicio de la Cuaresma; y, la segunda, en la época de Todos los Santos, del 31 de octubre al 2 de noviembre en las agencias municipales próximas al mar.
La danza de los tejorones comprende una secuencia de sones y juegos en los que hombres ñuu savi personifican a seres ancestrales de máscaras negras (tejorones) y rosadas (chanihuelas), animales/nahuales domésticos, del monte y el mar, performando distintas actividades cotidianas. Por su parte, en la danza de los diablos, el Pancho (el diablo mayor), la Minga y los diablos, vestidos con ropas desgarbadas y máscaras con cuernos de chivo y barbas de crines de caballo, al son del bote, la charrasca y sus propios bramidos acompañan a las almas de los difuntos en su visita anual al mundo de los vivos.