Observamos en territorio Veracruzano, una diversidad de experiencias gestadas principalmente por grupos organizados de mujeres, que tienen como propósito construir vínculos entre ellas con objeto de cuidar sus cuerpos y sus territorios en contextos de violencias. Si bien estas diversas comunidades se gestan con propósitos y estrategias diferenciadas, tienen como elemento común, enfrentar, reparar, dar soporte y resolver los efectos que las violencias imprimen en los cuerpos y territorios. De manera central, las vincularidades resultantes de la práctica de cuidar, también posibilitan que diversos horizontes de deseo y proyectos de transformación del mundo, tengan lugar. Los agravios frente a los que se organizan pueden ser múltiples, así como las motivaciones de su actuación, sin embargo, todas ponen en el centro de su accionar, la cimentación de una trama comunitaria para el cuidado de las vidas. La tensión, violencia-cuidados, es entonces, una derivación de lo que Amaia Pérez (2014) resumió como la tensión capital-vida. Esta tensión nombra de qué manera frente a escenarios de continua agresión a los cuerpos y territorios, se entreveran mediaciones y gestiones que tienen como sustrato la urdimbre comunitaria. Así, no solo se orientan hacia la reparación de lo lesionado, sino hacia la construcción de formas cuidadosas de habitar el mundo en la práctica de la relación (Rivera 2002).
La ponencia recupera estas experiencias y las analiza a la luz del dialogo entre comunidades epistémicas y propone algunos debates para problematizar los efectos que estas comunidades tienen en las existencias de quienes las gestionan.