Máximos representantes de la antropología posmoderna, aunque hoy en día quizá ya clásicos, ofrecen alternativas para la escritura etnográfica, para hacer trabajo de campo y para algo que pudo habernos resultado obvio hace mucho tiempo: en lugar de hacer hablar bajo una suerte de ventrilocuismo, escuchar al “otro” y asumir que, ese otro, es yo. Otro fenomenal cambio paradigmático en la antropología, y puntualmente en la mexicana, son las antropólogas feministas. Sus aportes, sobre todo los fechados durante la segunda mitad del siglo XX, ocupan diferentes marcos epistemológicos, hacen uso de diversas posturas teóricas y, por ende, presentan varias metodologías. En los años setenta, las académicas feministas logran colocar a las mujeres como sujeto y objeto de investigación antropológica con el fin de explicar la cultura; más específicamente, se coloca a este “nuevo” sujeto-objeto de investigación en aras de entender, documentar e interpretar el papel de las mujeres en las sociedades y, consigo, la existencia del patriarcado como una forma de organización social, histórica e imperante, cuestionando así también si éste tiene un carácter universal. Desmontar, en este caso, el androcentrismo en la configuración de la autodesignación de “lo indígena” ayuda a desplegar el etnocentrismo y el colonialismo que subyacen en muchos de los informes oficiales. El contenido teórico, epistemológico y metodológico con que se pretendió conducir este trabajo denominado Veredas narrativas en clave descolonial. Configuración de territorio y configuración sociopolítica de los pueblos y barrios originarios de la Ciudad de México , da cuenta del cambio paradigmático que inaugura una forma diferente de hacer antropología. Se trasladó el objeto de estudio de la cultura a la etnografía como texto literario y se concibió al sujeto de estudio como sujeto de enunciación, situando así a la antropóloga como simple persona escritora, cronista o documentadora.