Los estudios sobre género, sexualidad y cuerpo han sido sistemáticamente desdeñados dentro de la formación antropológica en México. A pesar de que clásicos de la antropología como Malinowski, E.E. Evans-Pritchard, Margaret Mead, Oscar Lewis, Maurice Godelier, entre otrxs, abordaron temas vinculados a estas discusiones, es un hecho que buena parte de la academia antropológica sigue considerando que no son temas de interés para nuestra disciplina. Más aún, destacadas antropólogas mexicanas han hecho importantes contribuciones al conocimiento como: Marcela Lagarde, Marta Lamas, Beatriz Oliver, entre muchas otras, y aun sus contribuciones no son consideradas como sustanciales para el desarrollo teórico, mucho menos para el diseño metodológico o el trabajo de campo. Lo que hemos visto mayoritariamente en la formación de antropólogxs en México es que los proyectos de investigación y los trabajos de tesis que recuperan los temas y las discusiones señaladas se logran gracias a un interés individual y/o un posicionamiento político de academicxs que han apostado a su problematización. Asimismo, la currícula antropológica en la mayoría de las instituciones de educación superior en México, carecen de discusiones teóricas que permitan el desarrollo de análisis interseccionales que lleven a discusiones complejas. Desde este punto de vista, los esfuerzos institucionales por abatir las violencias existentes en los espacios universitarios, y el desarrollo de programas específicos de posgrado enfocados a los estudios de género y feministas son insuficientes. Es evidente que la antropología tiene el potencial para desarrollar investigaciones en las que el género, la sexualidad y el cuerpo sean dimensiones que permitan complejizar los estudios urbanos, de etnicidad, de identidades, de religiosidad entre muchos otros. Por lo tanto, es urgente propiciar una reflexión colectiva para generar un análisis crítico sobre este panorama de crisis disciplinaria y con ello establecer acciones, estrategias y alternativas de cambio que incidan no solo en el reconocimiento de la importancia de estas temáticas, sino en su incorporación efectiva en los procesos de formación de una antropología crítica y en abierto compromiso contra las múltiples manifestaciones de las violencias, incluyendo, de primer orden, la violencia sexual y de género.