Las diversas sociedades de América comúnmente llamadas Amerindias, que desde Alaska hasta Tierra del Fuego encuentran sus orígenes antes de los procesos de conquista europea, se caracterizan por haber desarrollado sofisticados modos de socialización metahumanos. Esto es, como lo ha apuntado la antropología amazónica, inscriben como sujetos relacionales a distintos animales, vegetales y entidades invisibles asociadas a lugares o a fenómenos. Así, diversos procesos que asumiríamos como de distinto orden -terapéuticos, productivos o políticos- son similares en tanto que establecen, enmiendan o repudian relaciones con diversos seres mediante acciones específicas. Consecuentemente, lo que comúnmente es entendido como “rituales” -plegarias, ceremonias, ofrendas, peregrinaciones y ciertas danzas- comparten un mismo principio original de socialización expansiva trans-específica.
Para continuar nuestra comprensión y descripción crítica habría que desaprender ciertas jerarquías conceptuales recibidas y observar de nuevo lo que las danzas ponen en juego. Para ello, proponemos:
Danzas como laboratorios de la diferencia: Consideramos que las danzas en contextos indígenas u originarios pertenecen a epistemologías más amplias que poco tienen que ver con el catolicismo o el Estado, al enfocarse realmente en la revelación (e invención) colectiva de la alteridad como el factor clave del devenir tanto como del porvenir de sus pueblos. El objetivo final de la danza no es entonces la repetición de una simple integración de la diversidad sino, principalmente, testimoniar la posibilidad de la multiplicidad existencial como una realidad crucial.
Danzas como teorías sobre el mundo: Planteamos que las llamadas “mitologías” contenidas en estas danzas no operan como simples guiones o enciclopedias incompletas -retazos estructurales- de una “religión primitiva”. En cambio, pensamos que estas narrativas, consideradas como míticas por la antropología pretérita, son teorías visuales y corporeizadas. Dichos aparatos conceptuales-corporados (embodied concepts) no sólo se avocan a explicar, sino que en algunos casos a provocar el cambio social, político o ecológico mediante su ejecución.
Danzas como fábricas de ensamblajes e hibridaciones: Nos apartamos del presupuesto de una “cultura material”, que asume una distinción tajante e inalterable entre dos categorías excluyentes: sujetos y objetos (Latour 1993). Esta problemática constitución ha obstaculizado la comprensión de los procesos de hibridación que suceden en las danzas y que permiten no sólo combinaciones entre estas sino la aparición de otras clases de seres no reconocidas por la constitución racionalista. Por un lado, cada danza es una fábrica de cuerpos a partir de creativos ensamblajes materiales, gestuales, conductuales y de nomenclatura.
A partir de estas tres ideas de arranque proponemos también que las danzas son aparatos políticos en un sentido amplio, es decir, son dispositivos de mando, negociación o conciliación entre grupos. En efecto, las danzas suceden sin aparentemente competir con las narrativas dominantes del estado, la doctrina del libre mercado o el credo de la iglesia católica. Esta supuesta desconexión, tan eficaz como sutil, permite a las sociedades originarias componer un conocimiento que elude más dualismos occidentales para inquirir en el mundo a partir de principios que no necesariamente se mantienen en oposición.